Dom. Oct 6th, 2024

Asistimos en el presente, y no solo en la poesía sino en casi todas las disciplinas culturales y artísticas, a una nueva ola que algunas han venido a llamar “de canariedad” y que bebe esta vez sin complejos de nuestra identidad a la hora de expresarse, de sentir y de hacer.

Vivimos un momento, como todos aquellos en los que la vida no cuadra con lo que debiera ser, en el que la poesía vuelve a destaparse como el canal elegido por muchas personas para comunicar lo que viven, sienten y padecen. Pudiera parecer, hace no mucho tiempo, que hubiera muerto en las estanterías ilustradas de las grandes academias o bien en las repisas sucias de polvo y olvido de las bibliotecas vacías. Pero como voz popular que es, ayer a grito en calles y sin papel, hoy a través de las redes sociales y los blogs digitales, descubre los caminos más cotidianos para ser voz de las personas de abajo y estallar en sueños y esperanzas.

Aquellos que la usaron con la osadía vana de convertirla en elitista, vaciándola de contenido común o haciéndola barroca e inentendible hasta para sus solemnes cabezas, no entendieron que lo que sale del pecho abierto a borbotones no cabe en las reglas del idioma del imperio, aquel de la cruz y la espada. Y así, incómoda para la sacra academia por estar viva de voces de barrio, de palabras inventadas por la abuela en la cocina e incorrecta para las normas inamovibles de sus rimas asonantes y las estrofas estrechas, es que se hace irreverente y libre. Cargada de expresión popular se convierte en peligrosa de nuevo para el final de la historia y el interés de quienes desde arriba nos quieren dormidas a ritmo de arrorró.

No es casual que, como apunta la filóloga Nayra Pérez en su libro “África, materia para la definición de la literatura canaria” (Ediciones Tamaimos, 2015), la poesía sea “el género más cultivado en nuestras letras”. La poesía se descubre en nuestro país isleño como expresión clandestina y natural, nómada y ancestral, desde la que combatir el desarraigo cultural y geográfico impuesto desde el colonialismo en el Archipiélago. Una reivindicación del acento propio en una realidad de letras importadas y exaltación de lo foráneo frente a lo local. Ya desde tiempos de la conquista, Las Endechas son en Canarias el primer documento conocido de nuestra literatura. En 1568 Juan de Mal Lara recogía escrito en su obra Philosophia Vulgar: “tuvieron (los insulanos) juntamente otra cosa, que no teniendo otra ciencia de música más de la que naturaleza les enseñaba, inventaron cierto género de cantar tan apazible, que en Castilla lo usan como una de las mejores sonadas que en ella han sido recibidas, y llámanla por este nombre endechas de Canarias, y juntamente con ser la sonada graciosa y suave, la letra destas endechas sin tener artificio trae consigo una gracia y un peso de gran admiración, y aunque algunos en Castilla han probado a contrahazer aquéllas, no ygualan en ninguna manera a las que son propias y nativas de las islas”. Fueron muchos los autores de esos años que recogen citas similares en sus publicaciones y gracias a ello hoy tenemos por escrito muchas de estas endechas de incalculable valor para nuestras letras. Sin duda unas de las más conocidas, también por su carácter digamos reivindicativo a la forma de la época, son las referidas por el italiano Torriani en su “Descripción de las Islas Canarias” en donde afirmaba que los antiguos gomeros “cantaban versos de lamentación, de ocho, nueve y diez sílabas, y con tanta tristeza, que lloraban ellos mismos… como se ve que todavía hacen hoy día los que descienden de los últimos habitantes”. Es inevitable no imaginar la posible conexión de aquellos versos precoloniales con la alta tradición de la expresión rimada, poética y cantada que tiene en nuestras islas la más clara forma de expresión de nuestros deseos, lloros y sueños.

Sería material para un trabajo mucho más extenso que el artículo que se pretende, el abordar y profundizar en todo el recorrido posterior de la poesía en relación a la historia de las islas. Pero cabe señalar que se trata más de una poesía boca a oreja, fabricada como resistencia de las de abajo que sobrevivió en el tiempo y a pesar de las dictaduras y la represión de clase, que de aquella poesía de estantería a la que hacíamos referencia antes. En cada hogar canario retumban los cantos del abuelo y la abuela, el refrán que venía certero a resolver el conflicto preciso, la doble moral y la socarronería oculta tras la rima improvisada de las versadoras o la resistencia obrera y campesina recogida en los populares cantos de trabajo.

Aquella otra poesía impresa en el papel también sirvió, a pesar de las distancias sociales y de clase, para despertar las consciencias y reivindicar fuera lo que se sufría dentro, en nuestro país. Cabe destacar la etapa de la mal llamada “Escuela Regionalista”, que el estudioso Valbuena sitúa entre 1881 a 1920, con Graciliano Afonso como referencia tras su muerte en 1861 que, en oposición a la tradición Vianista, toma partido por primera vez a favor del bando perdedor en la conquista, enalteciendo en sus poemas a los indígenas y cargando contra los conquistadores y los traidores en la contienda. Le seguirán poetas coetáneas como José Plácido Sansón, Victoria Ventoso, Ignacio Negrín en Tenerife, José Manuel Romero y Quevedo y Amaranto Martínez en Gran Canaria o Antonino en La Palma entre otras. Heredero de esta influencia será también el conocido Nicolás Estévanez, que lleva el concepto de patria a lo cotidiano desde una lógica sentimental. En términos generales, la poesía canaria está cargada de exilio y añoranza, marcada por la sumisión europea que nos ataba las manos y la voz. La necesidad de mirar atrás y descubrir todo aquello que nos obligaron a olvidar. Siglos de opresiones y búsqueda de libertad a través de unas letras que apenas nos pertenecían. Con la mirada muchas veces en la búsqueda de aprobación de una España que nos miraba geográfica y prepotentemente desde arriba.

No obstante, la poesía en Canarias no estuvo ajena a los devenires que la poesía española vivió de la mano de la etapa mal llamada de la Transición, por no transitar demasiado a ningún sitio. En prácticamente todo el estado español, a excepción de algunas naciones en concreto y de la mano del movimiento poético “La otra sentimentalidad o nueva sentimentalidad” se pasaría de una poesía preocupada por el cambio social a otra al servicio del nuevo régimen. El movimiento creado por los hoy conocidos Luis García Montero, Javier Egea y Álvaro Salvador que derivaría posteriormente en los años ochenta en lo que se vino a llamar «poesía de la experiencia» a partir de las proclamas poéticas de García Montero ya sin el apoyo de Egea y Salvador, se dio un paso decisivo desde la poesía realista, con una mirada crítica y combativa comprometida con la sociedad, a una poesía auspiciada por la socialdemocracia que apostaría por separar poeta y sociedad, para mejor asimilación del nuevo régimen impuesto y sus intereses de desmovilización de la población organizada. Comienza así a potenciarse de manera oficial y bajo la tutela de un nuevo orden de caciques de la poesía amparados por los gobiernos de “la nueva democracia”, una poesía pomposa en forma, pero carente de contenido y mirada social. A su vez, y condenados al ostracismo académico, institucional y cultural oficial, nacerán movimientos como el de “los poetas de la Diferencia” que, sin escapar a su vez de las nuevas formas estéticas y narcisistas por su pertenencia a clases sociales pequeñoburguesas, se oponen a la nueva línea, o las más combativas relativas a las corrientes libertarias, activistas y comunistas que crearán diversos grupos de poesía a lo largo y ancho de los territorios y naciones del actual estado, que abarcarán desde la autoedición, la creación de fanzines, revistas, manifiestos y festivales de apoyo a las diferentes luchas que surgen a la sombra de las supuestas nuevas libertades, como fueron  las campañas contra la OTAN y el antimilitarismo. En el caso de nuestro país canario, se da un efecto profundo de una poesía propia y reivindicativa, me atrevería a decir casi intrínseca a nosotras, con nombres propios indiscutibles como los de Isabel Medina, Pedro García Cabrera, Pedro Lezcano, Maribel Lacave, Agustín Millares, Cecilia Domínguez, Francisco Tarajano, Carlos Pinto Grote o Arturo Macantti, entre otras muchas. Pero a nivel del Estado Español, casi nada escapa al nuevo orden impuesto en el mundo de la poesía, en el que se instaura el y la poeta ajenas a su contexto social, sin capacidad de tomar partido más allá de lo estrictamente marcado por los órganos de poder.

De la mano de la Posmodernidad y con las nuevas tecnologías como excusa y soporte, nace en los últimos tiempos la que se ha venido a llamar “la poesía de la joven experiencia” en alusión a aquella fabricada por Montero, pero esta vez alejada de los tentáculos elaborados para su control. Las redes sociales abren el camino para la posibilidad de saltarse las lógicas de la industria editorial, haciendo que cada una sea dueña y posibilitadora de dar a luz su obra sin injerencias. Pero las redes sociales y las personas que las habitamos somos hijas de este tiempo y propiedad de un sistema vacío en contenido crítico y movilizador, y basado en el individualismo como forma de reivindicación personal ante un valor de lo colectivo casi inexistente en lo literario. El “amor” como pretexto continuo, en muchas ocasiones enalteciendo el patriarcado, de un casi vale-todo estético que nos lleva a encumbrar la poesía de la forma, ante la poesía para la vida. Sólo casos concretos en el Archipiélago como el del grupo “Poetas en Rebeldía” rompen con la lógica para acercar la poesía como arma a las causas sociales y solidarias que lo precisan o algunas otras experiencias que apuestan por la poesía en común en la isla de Tenerife, como son las de “El club de los putos poetas”, los recitales de “28 gramos” o “Seis locas cuerdas” dando luz a las mujeres poetas.

Asistimos a su vez en el presente, y no solo en la poesía sino en casi todas las disciplinas culturales y artísticas, una nueva ola que algunas han venido a llamar “de canariedad” y que bebe esta vez sin complejos de nuestra identidad a la hora de expresarse, de sentir y de hacer. Detrás por ejemplo de las exitosas “Panza de Burro” de Andrea Abreu, excelente poeta también, del novelista Alexis Ravelo, del poeta Pedro Flores y de la música de Cruz Cafune, Ptazeta, Locoplaya, ANTI, Sara Socas o Material de Contrabando, existen muchos años invisibilizados de un sinfín de autoras y autores en todas las disciplinas que se han dejado la tinta y la piel luchando contra los molinos impuestos por el Colonialismo en nuestro país, defendiéndose y bregando con acento propio. En la actualidad se empiezan a recoger algunos frutos de años de negación y complejo generalizado en los que muchas creadoras prefirieron el anonimato a la aculturación impuesta y que han sido, sin lugar a dudas, hacedoras también, junto a las más conocidas de hoy, de este nuevo rayo de esperanza para la Cultura en Canarias hecha por y desde abajo.

Lo que podemos llamar el fenómeno “Panza de Burro”, derivado del éxito internacional de la novela de la genial Andrea Abreu que refleja desde nosotras, desde un yo colectivo de varias generaciones que compartimos una historia común y con un mismo acento, lo que significa vivir en la Canarias real y no creada para la postal, desconcha el molde que nos dijeron que teníamos que usar para ser entendidas por la otra superior a nosotras. No podemos olvidar a su vez que la obra rompe el cerco desde una publicación editada en Madrid, por una editorial a su vez española. De nuevo es una obra canaria que es valorada fuera para ser editada, para luego ser aceptada dentro como propia. Seguramente no hubiera sido igualmente defendida y apoyada por los monopolios editoriales e institucionales canarios, decididos en muchos casos a prolongar el falso mito acomplejado de la no universalidad de lo nuestro frente a lo español y, en otros casos, con la imposibilidad de sobrepasar económica y socialmente la colonialidad. Andrea y su Panza de Burro vienen a derribar, junto a las nombradas y a las muchas por nombrar, todos los tópicos impuestos sobre la necesidad de dejar de ser nosotras para que nos dejen ser en libertad y desde lo que somos, como antes lo hicieron Nivaria Tejera, Mercedes Pinto, Maribel Lacave y tantas otras que también tuvieron gran reconocimiento lejos de las islas, pero esta vez con la particularidad de su éxito rotundo también en Canarias.

Ojalá sepamos seguir viendo más allá de las cadenas impuestas para no volver a entonar el Aicá Maragá, que transcribió Torriani.

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