Sáb. Abr 27th, 2024
Jane Millares Sall (Gran Canaria 1928)

Recuperar los Espejos

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Andadura activista del feminismo desde líneas decoloniales en Tenerife

Pasan dos años ya de las “II Jornadas Independencia y Autogestión. Organizarnos para ser libres” que tuvieron lugar en el Espacio Social y Autogestionado La Casa en La Orotava. Justo en octubre de 2017, en plena efervescencia del movimiento feminista y a unos pocos meses de que se celebrara la primera huelga feminista en el Estado Español. Un escenario que consiguió que en Canarias el 8 de marzo de 2018 se ocuparan las calles de las diferentes islas en una auténtica oleada de mujeres exigiendo sus derechos, gracias a un arduo y autoorganizado trabajo previo que fortaleció el tejido feminista canario y dio lugar a multitud de redes, relaciones, y colectivos que a día de hoy siguen funcionando y creciendo.

En esas jornadas, organizadas principalmente por la Asamblea Canaria por el Reparto de la Riqueza con la ayuda de alguna compañera autónoma más, se abrió un espacio bajo el nombre “Introducción para debate: Una mirada al feminismo decolonial desde Canarias”. Las que propusimos generar ese debate en la organización de las jornadas lo hicimos pensando sobre todo en los procesos que estaban llevando a cabo en aquel momento las mujeres kurdas en sus territorios recuperados. En cambio, sin querer, abrimos la puerta a nombrarnos, a vomitar por fin lo que llevábamos dentro y que durante años nos ha provocado arcadas cotidianas. En aquel lugar pequeñito pero cálido, de experiencias comunes e isleñas, se generaron mil miradas de complicidad, de dolores compartidos, de cicatrices ocultas que por fin se desvelaban sin tapujos. Certidumbres y dudas que rondaban nuestras cabecitas por tantos años como siglos de conquista y colonización cargamos a la espalda. Por primera vez se hizo patente y consciente la necesidad de generar espacios comunes para hablar libremente como mujeres con cuerpos-territorio colonizados con ansias de libertad.

La jiribilla no tardó en reinvadirnos los cuerpos. Queríamos materializar algo juntas sobre aquello que de pronto nos habíamos percatado que atravesaba nuestra vidas de manera común. Dejamos de sentirnos como niñas castigadas a pensar solas en nuestro rincón.

Tiempo después le siguieron dos Tertulias Feministas en el C.S.O. Taucho sobre feminismo decolonial en Canarias. Al contrario de lo que suele pasar en estas tertulias que se dan cada mes en el centro, a esta acudieron casi igual número de mujeres que de hombres, y el debate zigzagueo más sobre la coloniedad canaria y los sentires de todas al respecto que sobre feminismo decolonial estrictamente. Lo que nos llevó a pensar a muchas sobre la necesidad de espacios donde hablar estos temas, autonombrándonos y precisarnos como colonia que aún mantiene ese estatus y cómo esto ha definido, define y rompe nuestras vidas y el devenir de estas islas. Tampoco faltaron las actitudes coloniales y de superioridad de personas venidas de la metrópoli y adscritas al movimiento social que también acudieron a la tertulia y que por supuesto restaron importancia a nuestras querencias y nos “explicaron” los auténticos problemas de Canarias, en los que debíamos centrarnos sin andar pensando en nuestro supuesto pasado, sin darse cuenta que esas raíces de continuada colonización son las que han dado pie a las profundas problemáticas de este archipiélago. Por eso se decidió hacer una segunda tertulia en la que, para poder centrar el debate, se abrió con una crítica desde una perspectiva feminista decolonial canaria al mantenimiento de los dos lienzos con escenas de la conquista de Canarias que aún continúan “adornando” las paredes del Parlamento Canario en Tenerife.

Estos diversos encuentros, sumado a conversaciones, chats, y un flujo continuo de artículos relacionados con el tema desde otras latitudes,  lejos de aplacar nuestra sed de juntarnos y seguir reflexionando colectivamente, la agrandó desmesuradamente. Sin olvidarnos de la impronta dejada por todas las que desde hace años habían venido y venimos practicando un feminismo desde las luchas anticoloniales y los movimientos independentistas en las islas.

Se pensó en hacer publicaciones, fanzines…. Finalmente algunas compañeras tuvieron la idea de organizar unas jornadas, algún tipo de encuentro y sembraron la semilla para que unas pocas cabras guanilas nos asambleáramos y decidiéramos abrir camino organizando el I Campamento Feminista Decolonial Canario, para acoger a mujeres de todas las islas con deseos de encontrarse, como nosotras, en esta andadura para un feminismo autocentrado canario. Un evento que sobrepaso todas nuestras expectativas y para nuestra alegría nos desbordó organizativamente.

Lo que aquello supuso en las vidas de las que organizamos y de las que asistieron no hay modo de definirlo. Llevo unos 20 años de activismo social en las islas y estado en manifestaciones, asambleas, encuentros de todo tipo, no solo en Canarias, sino en diversos territorios del Estado Español, así como en Uruguay, Argentina, Bolivia y Chile. Les puedo asegurar que nunca vi, o mejor dicho sentí, lo que sentí en ese campamento. Una felicidad inmensa por parte de todas las que allí estábamos, un oasis de libertad en medio de nuestros cuerpos colonizados, que se encontraban por fin dejando los tabúes de autonombrarse y mirarse de nuevo en los espejos identitarios que nos habían robado. Por supuesto, no tardaron en llegar las consiguientes críticas de aquellos sectores que se niegan a avanzar y evolucionar en los discursos y sobre todo en los procesos que vienen desde abajo, de la mano de la autoorganización y autogestión de las mujeres que queremos revisar y darle la vuelta absolutamente a todo.

Con el recién estrenado blog de ese campamento a un año de su celebración abrimos de nuevo las ansias que nunca quedaron dormidas, que han desvelado opresiones y sembrado resistencias en cada una de nosotras, en lo individual pero sobre todo en lo colectivo, en nuestros activismos cotidianos y comunitarios. Abrimos de nuevo la necesidad de seguir sumando debates, reflexiones y luchas. (https://campfeminismodecolonialcanario.home.blog/).

De esa necesidad nace este artículo. Con la intención de poner sobre la mesa diversas formas en que considero que los feminismos decoloniales y comunitarios y sus prácticas pueden servirnos como herramienta para ese feminismo canario y emancipador en el que algunas sentimos la necesidad de transitar. Con la intención de continuar dando pie al debate y a la construcción colectiva de la Canarias Libre.

Libre de capitalismo, heteropatriarcado y colonialismo, con la que muchas soñamos.

Feminismos decoloniales y comunitarios

En el contexto actual, las que bregamos por un feminismo propio no perdemos de vista el arduo y duro trabajo de años de nuestras hermanas en las comunidades zapatistas, ni somos ajenas al creciente desarrollo actual de los feminismos decoloniales y comunitarios en AbyaYala (nombre precolonial del Continente Americano), en el resto del continente Africano, y la constante ebullición de teorías que se le suman por doquier. Tampoco dejamos de prestar atención a las prácticas y estrategias que siguen poniendo cada día en marcha las compañeras kurdas en medio de conflictos armados para liberarse de la opresión como mujeres y como pueblo en los territorios que consiguen ir liberando, especialmente en Rojava.

Gran parte de las diferentes propuestas de feminismos decoloniales, comunitarios e indigenistas, beben de las líneas que los feminismos negros plantearon desde su nacimiento en los Estados Unidos allá por la década de los 60, poniendo de relieve la necesidad de explicar la opresión de la gran mayoría de las mujeres desde una mirada que atienda no solo al género, como se hacía hasta ese momento, sino también a la raza, la clase y al heterosexismo. Desde esa base, los feminismos que trabajan desde lógicas decoloniales, trabajan en el convencimiento de que no sólo estamos bajo la opresión del machismo y el heteropatriarcado, sino que además no todas las mujeres sufrimos las mismas violencias.

Mientras el feminismo clásico ha sido pensado y desarrollado para enfrentar las opresiones de las mujeres blancas, urbanas, heterosexuales y occidentales, estos feminismos decoloniales que siguen en construcción y debate generan sus propias líneas de pensamiento y de actuación política. Líneas basadas en las problemáticas concretas del lugar donde viven (generalmente desde los márgenes, de ahí que también se les conozca como feminismos periféricos), la desigualdad social ligada al neoliberalismo brutal, el colonialismo, la dependencia económica, social, política y cultural con respecto a los países centrales.

Nacen también para socavar la autocomplacencia del feminismo blanco y burgués que se ha sumado junto a las élites de sus países a impulsar políticas hipócritas de supuesto desarrollo, igualdad, democratización y mejora para las mujeres de aquellos territorios, que antes fueron colonias, tras los procesos de independencia. Proceso por el cual hay que remarcar que Canarias ni siquiera pasó, y que incluye cantidades ingentes de deuda externa, ayudas en forma de ONG infantilizadoras, paternalistas y racistas, más una lista inmensa de políticas neocoloniales que no generan autonomía sino más dependencia, explotación y desigualdad, por más que traten de vender las bondades que se supone que algunas de estas actuaciones traen consigo. Un feminismo que surge como nuestra otra “hermana aguafiestas” africana de Ama Ata Aidoo, para señalar que mientras enuncian que todas debemos pelear por romper el techo de cristal, las  migrantes, excluidas y empobrecidas, las que habitamos en esos márgenes, somos las que sin derechos laborales y en las peores condiciones, les limpiamos la suciedad y cuidamos a sus mayores y pequeñas para que ellas puedan seguir exigiendo subirse a la desigual escalada capitalista. 

En medio de todo este proceso, en este inmenso bullir de energías que confluyen, se nutren y enriquecen  unas de otras, con problemáticas similares, estamos nosotras.

En la búsqueda de nuestro lugar de lucha, resistencia, recuperación de memoria y construcción de herramientas desde un feminismo propio. Desde las particularidades de nuestro territorio y nuestra identidad. Una identidad con la que sentimos la profunda necesidad de reconectar y desde la que volver a reconocernos. En la certeza de que en algún momento de nuestra historia SABEMOS que nos robaron los espejos donde mirarnos las unas a las otras, para encontrarnos en lo individual y lo colectivo. Desde la morada corporal que habitamos hasta la raíz que conecta nuestros pies de manera profunda, con el suelo que cobija nuestras utopías de otras formas de organización y relación social.

En las alegrías y libertades, también con sus dolores y privilegios, revisar y reconstruir esos espejos en los que mirarnos, nos ayuda a comprender que no todo siempre fue igual que ahora o peor para nosotras, que había y hay otras fórmulas para desarrollar la vida más allá de la narración que el colonialismo heteropatriarcal y clasista nos ha impuesto como modelo único.

No podemos seguir aceptando esa lectura lineal y hegemónica de la historia.  No solo desde aquellos que nos conquistaron, la escribieron, y nos la siguen inculcando, sino  también desde un feminismo con relaciones coloniales que nos niega y que piensa siempre que en toda sociedad anterior hubo un patriarcado y que esto fue una situación peor para las mujeres, con una visión única y universal del mundo. Como dice la activista feminista decolonial Yuderkys Espinosa (República  Dominicana) el feminismo decolonial justamente se acoge a fuentes que vienen no solo de las élites intelectuales asentadas en la academia o de gente que ha tenido acceso al saber reconocido. También se nutre de saberes populares, comunitarios, memorias de largo aliento y de allí va construyendo una crítica a esa manera en que el feminismo ha planteado una emancipación de las mujeres o las sexualidades y géneros que no se acogen a la norma (no binarios). Y desde ahí nosotras también queremos poner en práctica la reconstrucción de una historia que levante paredes desde donde por fin colgar espejos identitarios en los que reconocernos colectivamente.

Tampoco podemos permitir que la Academía y sus intelectuales se apropien de nuestros discursos y terminologías para escupirlas masticadas, despolitizadas y adaptadas a su discurso de reproducción colonial, porque las convierten en ideas inmovilizadoras desde las que no se puede construir, ni generar acción social y transformación real desde abajo. Un ejemplo claro de esto es cómo desde las nuevas teorías decoloniales que surgen de manos academicistas, la mayor parte de las veces se nos presenta a Frantz Fannon como precursor del pensamiento poscolonial y descolonial, recogiendo sólo de su discurso aquello que no genera problema y puede ser adoptado por la propia Academía. Nos dejan a un Fannon desnudo de su ideología de clase, de su insistencia de permanecer activas y comprometidas luchando contra cualquier clase de injusticia. Nada nos dicen sobre la relación directa de Fanon con el Frente de Liberación Nacional Argelino (FLN) que escribiera en sus últimos alientos de vida “Los condenados de la tierra”, donde no solo habla de cómo las agresiones y torturas extranjeras afectaban a la psique del colonizado, sino donde también argumenta que como autodefensa quizás “la violencia era esencial para la liberación nacional”, creyendo que esa nación nacería de las luchas colectivas de todas las oprimidas que estuvieran comprometidas con ella.

Poco queda del Fanon que afirmó que su vida estaba dedicada a tratar de poner a “África en movimiento detrás de los principios revolucionarios”.

Ante esto quizás debiéramos aprovechar como herramienta nuestro profundo apego a la tierra. Los procesos de conquista y colonización no pudieron acabar del todo con este fuerte arraigo ancestral, aunque sí consiguieron nublarnos la vista lo suficiente para ocultarnos la historia. Diluir la realidad de lo que sigue pasando en nuestras islas como para que nosotras mismas no nos percatemos de la opresión y normalicemos las violencias coloniales, así como las situaciones de opresión que aún mantiene nuestro Archipiélago frente al Estado Español y otras potencias económicas extranjeras.

Es prioritario atender al reconocimiento del hecho de que nuestra tierra sigue bajo la imposición colonial de aquellos que la conquistaron hace ya más de quinientos años.  Tras la conquista el archipiélago se gestionó como una finca particular con el reparto de poderes, de tierras, de agua, y de personas entre los conquistadores y algunas nobles indígenas, hoy reconvertidas en una especie de élite canaria que tiende al españolismo más rancio. Con una forma de poderes y de gestión que se ha mantenido hasta nuestros días. Las riquezas están prácticamente en las mismas manos y las instituciones canarias no solo están bajo la tutela de las estructuras de dominación, sino que además forman parte y colaboran abiertamente en la continuidad de estos sistemas sociales y económicos claramente coloniales. Como asegura a través de sus múltiples investigaciones y trabajos el Grupo de Investigación sobre el Subdesarrollo y el Atraso Social de la ULL (GISAS), “de la esclavitud se ha pasado a un régimen con características semi-feudales de brutal explotación laboral.”

Esta forma de opresión concreta que afecta directamente a la raíz misma de cómo nos reconocemos también debe estar presente en nuestro discurso y en el propio movimiento feminista canario que queramos construir. Un movimiento feminista que no solo beba de lo decolonial sino que sea anticolonial, que plantee y ponga en marcha estrategias, acciones y propuestas asamblearias, autónomas y autogestionadas que se enmarquen en las luchas independentistas por la liberación de nuestro país, como particularidad propia  y como elemento diferenciador.

Además, desde el feminismo decolonial, se parte siempre de la base que no solo como comunidad o persona se está oprimida, sino que por lo general se ejerce también opresión sobre otras desde los privilegios que nos pueda conferir nuestro estatus cultural o territorial, inmersas como estamos en la globalización neoliberal capitalista que nos jerarquiza en todos los aspectos de la vida. La opresión es parte inherente a la estructura del sistema y está presente en nuestra cotidianidad siendo ejercida consciente o inconscientemente. Siempre que haya un grupo oprimido habrá enfrente un grupo opresor, eso es innegable. En las culturas occidentales y occidentalizadas no es lo mismo un hombre negro al lado de un hombre blanco, hay una opresión racial. Pero tampoco es lo mismo un hombre negro al lado de una mujer negra. Ambas son negras, ambas están racializadas, y colonizadas, ambas sufren iguales opresiones en este sentido, pero además ella sufre la opresión de género.

Lo mismo pasa cuando pensamos en nosotras como integrantes de un territorio que por obligatoriedad se ha enmarcado en Europa, cuando en realidad pertenece al continente Africano. Así que, por ejemplo, como supuestas ciudadanas europeas, poseemos unos derechos y privilegios de los que carecen algunas de nuestras hermanas continentales. En este sentido podríamos decir que ejercemos una “opresión” sobre ellas. Pero no es un asunto que pueda nombrarse así a la ligera, sin analizar que hay debajo de esa afirmación. Esa opresión la ejercemos todas, pero la cuestión es ¿la ejercemos desde la libertad de decisión?, ¿queremos ejercerla?, ¿podemos dejar de ejercerla? En la medida en que no tenemos autonomía ni soberanía para decidir sobre nuestro territorio, no podemos tampoco elegir que privilegios queremos revisar y eliminar frente a las otras. ¿Cómo vamos a decidir dejar de ser frontera para la gente de  nuestro propio continente, conseguir que no sean tratadas como no personas, evitar que queden desprovistas de los mismos derechos de los que gozamos nosotras si las leyes de migración ante las que llegan a nuestra tierra son las impuestas por el Estado Español, si dependen de un ente ajeno a nuestro propio continente? ¿Cómo vamos a cambiar una opresión que es regulada por decisión de aquellas que también nos oprimen a nosotras, desde quienes nos han impuesto sus formas de pensar, de organizarse, de vernos frente a la otra?.

No debemos obviar ni menospreciar nuestra responsabilidad como agentes que también pueden ejercer opresión desde sus privilegios. Pero no nos equivoquemos, no es lo mismo la opresión ejercida por privilegios otorgados por el sistema desde unos lugares que desde otros. En los niveles de opresión, en los niveles de responsabilidad ante ella, como en todo, también hay jerarquías. Y nosotras en muchos casos somos de las que estamos siempre abajo junto a muchas otras compañeras de otros territorios que han sufrido la colonización desde procesos similares de conquista. No sin razón, nos siguen parando en los controles de los aeropuertos por nuestros rasgos “moros”, preguntándonos si hablamos español mientras violentamente nos exigen que enseñemos la documentación.

Para empezar a decidir desde abajo y desde la horizontalidad nuestras formas organizativas, qué relación mantenemos con nosotras mismas y con el resto del mundo, es imprescindible que tengamos en Canarias plenas soberanías. Se hace necesario no solo resistir, sino construir paralelamente realidades y formas sociales, culturales y económicas que pongan la vida en el centro. Mientras lo colonial sea transversal a nuestra realidad, nuestras formas de resistencia estarán subyugadas a la misma. Sin construir sociedad en paralelo al sistema capitalista y dependiente en las islas, no será posible una liberación nacional y social que sea real.

La desmemoria impuesta

De la mano de la cuestión colonial, viene como hecho indiscutible el intento de aniquilar la cultura y la memoria en la comunidad agredida, siendo impuestas de forma agresiva y discriminatoria las estructuras sociales, jerarquías, valores, creencias, etc. de quienes llegan e invaden el territorio con ansias imperialistas. En Canarias constata este hecho, entre otras cuestiones, que aún a día de hoy no existan en nuestras escuelas asignaturas ni libros específicos donde se trate historia de Canarias o literatura Canaria.

La infravaloración y enajenación de lo propio, la desmemoria, es un símbolo común más de nuestra identidad, pues esta imposición de lo ajeno se realiza precisamente a través del uso de métodos como el desarraigo, la aculturación, la opresión y la represión. Sin olvidar la discriminación cultural y el férreo control social y económico, pues todas son precisamente necesarias para el mantenimiento de la explotación y el expolio continuado en el tiempo del territorio y sus gentes. No en vano el almirante comandante del Mando Naval de Canarias, Pedro Luis de la Puente, define a Canarias como un “oasis de seguridad” porque «las rutas marítimas hacia y desde Canarias determinan la dimensión marítima de España» y que «la presencia en Canarias de una Base Naval y algunas de las unidades más modernas con las que cuenta la Armada, proporciona al Estado una plataforma avanzada para garantizar los intereses nacionales en regiones de gran relevancia para nuestra seguridad nacional». Un “oasis de seguridad”, no para nosotras, sino para los intereses foráneos que nos obliga a ejercer de frontera obligatoria y de base militar. A tener gran parte de nuestro territorio ocupado por miles de efectivos y estructuras militares y a destinar cantidades ingentes de recursos, nada menos que la escalofriante cifra de 87 millones de euros al día, frente a que se deje de ingresar la PCI (Prestación Canaria de Inserción) por falta de presupuesto cuando  más de la mitad de la población canaria, según cifras oficiales, se encuentra en riesgo de exclusión y empobrecimiento. Un “oasis de seguridad” que en simbiosis con el empobrecimiento nos convierte en epicentro y lugar favorito de destino de los consumidores europeos de prostitución.

El presente es un fiel reflejo del pasado y de la ideología colonizadora y neoliberal que nos sigue sometiendo. Desde ese punto de partida es que tenemos que hacer la lectura no sólo de lo que acontece en nuestro territorio en la actualidad sino de la historia precolonial que nos ha llegado y que podemos rastrear.

Cuando los conquistadores llegaron se encontraron con costumbres que no entendieron. Las crónicas escritas recogen en su mayoría costumbres y creencias mal comprendidas o deformadas que eran juzgadas a través del prisma de sus prejuicios morales y culturales. Con una acentuada mentalidad eurocéntrica y de época, se asombraban de que en Tenerife (Achinech) hombres y mujeres se hicieran pareja y convivieran juntas de mutuo acuerdo y con total libertad, con la misma facilidad con la que se separaban para irse a convivir con otra persona, sin que esto repercutiera en el “repudio” de ninguna de las dos, ni en el de hijos e hijas que hubieran podido tener juntas. Calificaron a los hombres de La Palma (Benahoare) de “pusilánimes”, porque eran ellos los que muchas veces aguardaban en las casas, o se refugiaban en las cuevas mientras las mujeres iban a luchar ferozmente para defender la isla de los invasores. Y aunque a través de algunas referencias que nos llegan por la tradición oral, parece que en la sociedad precolonial canaria se respetaba a las personas homosexuales y transexuales, no hay ni rastro que nos de pistas de esto en las crónicas, al menos que yo haya podido encontrar.

Como dice la feminista nigeriana Oyěwùmí, OyèrónkẸ´, las perspectivas hegemónicas de conocimiento que imponen sus esquemas categóricos occidentales y las definiciones externas de las diferentes culturas, no suelen servir para categorizarlas y mucho menos para comprenderlas. Nos pone como ejemplo a la sociedad nigeriana “oyó-yorubá”, que ampliamente trata en sus estudios, en la que por ejemplo afirma que no hay diferencia en la estructura social de las personas que componen la comunidad desde la diferencia biológica, desde la diferencia de los cuerpos en su apariencia física, ni desde las jerarquías desde clasificaciones binarias: hombre- mujer, blanco- negro, homosexual- heterosexual.

Desde esa mirada eurocéntrica, patriarcal y moralista es que tenemos nuestro espejo más antiguo, y si en él ya es difícil seguir el rastro de nuestra identidad más lejana, encontrar la raíz desde donde se construye la historia de nuestras antepasadas es una tarea aún si cabe más complicada. 

Igualmente los estudios más actuales que parten también de hallazgos arqueológicos, de estudios de la bioantropología, la etnohistoria, etc, carecen la mayor parte de las veces de miradas anticoloniales y menos aún feministas. Lo que conlleva que se sigan reproduciendo los mismos discursos desde ópticas más actuales  pero que no dejan de ser eurocéntricos y androcéntricos. En este aspecto es sumamente clarificador el artículo “Cuestiones de sexo en arqueología” de Amelia del Carmen Rodríguez que aparece en la Revista el Pajar nº21.

Afortunadamente contamos también con investigadoras e investigadores que hace muchos años, a base de rigurosos estudios desde una mirada anticolonial, nos han sacado del oscurantismo histórico y desde los que se han logrado grandes avances sobre nuestros orígenes, nuestra lengua y nuestras costumbres precoloniales.

Nos pasa lo mismo con las mujeres de nuestra historia más reciente, sobre todo con la historia de las mujeres de abajo, la de campesinas, costeras, cabreras, pescaderas, las obreras. Porque la historia que se cuenta no es solo una cuestión de colonialismo. También es una cuestión de clase, afectando así a que y como se conserva, lo que se considera o no patrimonio cultural o histórico, como plantea acertadamente el arqueólogo canario José Farrujia en diversos trabajos y conferencias. En uno de sus últimos artículos “¿Se aprende del pasado? Política, arqueología y pensamiento institucionalizado en Canarias”, queda bien claro como los poderes políticos e institucionales, acogen e impulsan sólo a aquellas que tienen un discurso en la línea de lo que quieren promover, excluyendo a las voces discordantes. Esto genera que se sigan “construyendo discursos de poder o relatos parciales sobre nuestro pasado”.   

Por ello debemos empezar a poner el foco en recuperar la historia y los saberes de nuestras santiguadoras, curanderas, de aquellas a las que llamaron brujas. De las que se quedaron, mientras los hombres migraban, a sostener las islas en los años de hambre y miseria. La historia de las mujeres que lucharon en este Archipiélago contra la represión y el fascismo franquista y por ello fueron desaparecidas, asesinadas, encarceladas, maltratadas, humilladas, violadas, obligadas al exilio. Mujeres que hasta el último de sus días lucharon por la libertad de todas y que la historia heteropatriarcal no consideró dignas de ser recordadas. Las vivencias que compartieron, dejaron y trajeron las mujeres que migraron a otros territorios y que allá a donde fueron crearon junto a otras importantes comunidades canarias en la diáspora, que a día de hoy siguen siendo parte importante de la cultura y la vida del país en el que se encuentran. Ejemplo vivo de todo ello, entre otros muchos en todo el continente americano, es la comunidad de Canelones en Uruguay, a cuyos habitantes aún hoy llaman los canarios, pues fue fundada por personas que llegaban allí para trabajar en el campo migradas desde nuestras islas.

Escarbar en lo más profundo para encontrar la historia de todas esas otras mujeres-nadie que se negaron en cada época a ser lo que debían ser. Buenas hijas, buenas mujeres, buenas católicas, buenas y «abnegadas» madres canarias. La historia de las mujeres que decidieron vivir una vida sin hombres, las que decidieron ser madres solteras, o vivir otras sexualidades y corporalidades disidentes, la de todas las que transgredieron la normatividad impuesta por el capitalismo y el heteropatriarcado fascista, porque en ellas también están las raíces de nuestra identidad actual.

Esa es parte importante del reto que se nos plantea en esta andadura de feminismo canario decolonial o como decidamos llamarlo en el camino que emprendamos: Recuperar nuestra memoria desde una mirada puesta en la Comunidad, en la gente de nuestros pueblos y barrios, antiracista, antiheteropatriarcal, anticolonial, anticlasista, descentralizada y anticapitalista. Dicho de otro modo, y en la voz de un indígena recogida por la poeta y cantautora guatemalteca  Rebeca Lane:

“Nunca podrán imponer amnesia histórica a nuestra memoria colectiva”.

Si no lo hacemos, seguiremos encajando en el síndrome del colonizado que acuñó Frantz Fanon, indefensas y alienadas, soportando al otro lado actitudes y comportamientos colonizadores y colonizantes. Síndrome que se refleja también en la psicología del pueblo canario y sus causas que hace casi cuarenta años desarrolló el teólogo, psicólogo y escritor grancanario Manuel Alemán en «Psicología del hombre canario». En obras aún más populares que habitaron todas las estanterías en los ochenta, como el libro enciclopédico Natura y Cultura de las Islas Canarias, se nos da una descripción de canarios y canarias con bajo autoconcepto y escasa motivación de logro, tendencia a la resignación, desarrollado miedo a ser ridiculizados, sencillez, tolerancia, y alta capacidad para el trabajo entendido éste como empleo en lógicas de explotación, entre otras adjetivaciones supuestamente identitarias.

Es ese el espejo que tendremos para mirarnos. Lo que se espera y esperaremos de nosotras si no rompemos con las miradas coloniales. Si no empezamos a poner en nuestras vidas conocimientos y actitudes que nos empoderen y nos lleven a reapropiarnos de nuestra identidad, generando una conciencia colectiva canaria que rompa con todos esos estereotipos subordinantes y con una autopercepción que nos condena a la endofobia (rechazo hacia características o rasgos del grupo al que uno pertenece, o el rechazo hacia la cultura que uno posee) y la humillación constante. 

Ni la tierra ni las mujeres somos territorio de conquista

Desde que las mujeres africanas salimos del norte del continente para comenzar a poblar por primera vez estas islas desempeñamos importantes roles para el desarrollo y mantenimiento de la vida en cada una de las comunidades y estructuras sociales que creamos dentro de Canarias. Pero tanto estos roles como el papel que jugamos en la resistencia a la conquista han sido invisibilizados o prácticamente borrados de la historia, así como las violencias y opresiones específicas sufridas tras ésta. Con suerte encontramos amables historias de encuentros de mestizaje y cultura sobre aquello que la mayoría de las veces fueron episodios de terribles violencias.

Nuestra identidad de mujeres canarias se ha construido, como no puede ser de otro modo, sobre un pasado de conquista, sumisión y esclavitud. Sobre el espejo del relato que nos contaron aquellos que invadieron nuestra casa. Cargada de las características del síndrome del colonizado y que siguen tan acertadamente vigentes, tan paralelamente canarias. Porque también invadieron nuestra mente. Pero sobre todo se ha construido sobre el sometimiento y las agresiones a los cuerpos de las niñas y las mujeres como parte del proceso indisoluble de la conquista de la tierra y la comunidad. En una cultura como la nuestra, de raíces Imazighen, donde generalmente la herencia se traspasaba matrilinealmente, eran las mujeres las encargadas no solo de conservar el linaje sino toda la herencia y el patrimonio familiar, social y cultural del pueblo al que pertenecían.

El proceso de conquista se finalizó con la subyugación por medio del cuerpo-territorio de las mujeres. Lo que se produce de muchas y múltiples maneras: con raptos, torturas, violaciones, esclavitud laboral y/o sexual, cuerpos de mujeres convertidos en trofeos de conquista, en botín de guerra como cualquier otro objeto o trozo de tierra. Nos abocaron  a la servidumbre y al doncellismo exótico en las cortes o sirviendo como moneda de cambio continuadora de la estirpe y el poder de algunas familias de la alta nobleza indígena, a través de matrimonios de conveniencia, aunque fuera violentando el cuerpo de una niña de muy corta edad. Los recién llegados opresores cometieron actos que hoy tildaríamos de pederastia, como el caso de Arminda que con no mucho más de diez años fue entregada al conquistador Juan de Vera para ser casada y por tanto violada. Su historia puede verse representada en el cuadro titulado “La entrega de la Princesa”, lienzo que aún hoy se encuentra presidiendo las paredes del Parlamento de Canarias en Santa Cruz de Tenerife a pesar de su carácter y simbolismo, lo que es una clara muestra de a qué intereses y poderes sigue representando la reciclada estructura colonial de esta institución. Sin ir más lejos, vergonzosamente encontramos en la web del propio parlamento esta descripción: “Inspirándose posiblemente en la Crónica de Sedeño (el autor del lienzo) narra la entrega al conquistador Juan de Vera de la joven princesa Arminda Masequera, […] custodia de la herencia dinástica de la isla, como último acto de rendición, y como primer paso en la fusión castellana y aborigen”.

Con este tipo de casamientos, que unían la sangre y la raíz del pueblo oprimido a la del pueblo opresor, no se daba una conservación del linaje canario ni era símbolo, como defienden algunos, del hermanamiento de las dos culturas. Eran una clara muestra del sometimiento de una cultura frente a la otra en un acto de rendición en el que vuelve a quedar patente la relación colonial de género y la analogía entre la conquista y control del cuerpo de la mujer y la del territorio junto a los valores de su pueblo.

Se asentaban así las nuevas estructuras de poder entre locales nobles y conquistadores, cambiando cuerpos de mujeres por tierras, estatus y poder en la nueva sociedad heteropatriarcal impuesta. Estas alianzas formaban parte de la estrategia colonial para ejercer el control social ante posibles sublevaciones del pueblo canario. Comenzando de esta forma a desarrollar de la mano del expolio y la conquista militar, política, social y cultural, una suerte de intentos de genocidio, que nunca lograron, imprescindible para la desmemoria y el sometimiento a largo plazo de las gentes del territorio a través del cuerpo-territorio de las mujeres.

Es sobre nuestros cuerpos que se ha conquistado directamente nuestro territorio y esto sin duda ha hecho mella en nosotras hasta nuestros días. En nuestra psique más interna. En lo que somos. Sobre nosotras mismas y nuestra memoria, sobre la violación de nuestros cuerpos es que se ha expoliado el lugar en el que vivimos. La simiente de nuestro pueblo, desde los saberes ancestrales, el conocimiento de la tierra, del mar, de lo que en ella crece, vive y muere, ha tratado de ser extirpado directamente desde el centro mismo del cuerpo de las mujeres que fuimos hasta nuestro días.

Aun así conservamos poderosamente en Canarias un instinto intrínseco a nosotras de conservación del territorio. Más de 500 años de colonización no han podido robarnos, a pesar de los pesares, esa conexión ancestral y que de forma natural nos hace sentir a nuestras islas como parte de nosotras mismas, de nuestro propio cuerpo. No lograron extirparlo del todo como órgano vital que es.

Y ésa es la acción política, expresar nuestros deseos y esperanzas desde el amor y el arraigo que sentimos por nuestro pueblo y nuestra gente, tomando nuestro cuerpo como primer territorio de defensa.

Cuando las compañeras de diferentes comunidades indígenas de Abya Ayala alzaron la voz para gritar «Ni la tierra ni las mujeres somos territorio de conquista» nos sentimos tan plenamente identificadas que agarramos al vuelo el grito y lo hicimos nuestro.

Porque entendemos que desde nuestra propuesta de feminismo autocentrado, comunitario y anticolonial, la defensa de los derechos de las mujeres pasa directamente por la defensa de la tierra en la que vivimos y viceversa. Sin la defensa de la colectividad y la comunidad, de otras formas sociales donde se ponga al centro la vida como parte misma de nuestros cuerpos y de aquello que quisieron rompernos rompiendo nuestras carnes, no hay liberación posible de la mujer. La liberación de la mujer y la del territorio van de la mano. Pensar en la lucha de la una sin tener en cuenta la otra es pensar en una casa sin cimientos cuya construcción nunca será posible. Es por eso que para nosotras el recuperar nuestra memoria desde otras miradas no coloniales ni colonizantes no resulta un mero capricho trasnochado, un ansia de traer al presente el recuerdo de cosas ya pasadas. Lo consideramos un poderoso instrumento de ligazón con nuestro cuerpo y nuestra tierra, con el lugar que habitamos en todos los sentidos. Es una poderosa herramienta para empoderarnos, tomar el lugar de resistencia y lucha desde otro espejo, desde una identidad propia.

Debemos enfrentarnos al dilema de qué elementos vamos a desechar y cuáles vamos a acoger y fortalecer de una identidad construida y asignada como mujeres “guanche-canarias”. Desde esa herencia de comunidades organizadas con desigualdad política y social, con complejas y diversas estructuras que atendían a las especificidades de cada isla. Costumbres que poco tenían que ver con los prejuicios morales judeo-cristianos de los conquistadores. Pero que ni podemos mitificar, ni tampoco han quedado ancladas en el tiempo, ni ajenas a costumbres foráneas, a la riqueza del mestizaje, de lo que hemos traído y llevado en un pueblo migrante como el nuestro.

Desde esas herramientas que nos da el feminismo decolonial, el de las compañeras indígenas y el ejemplo que nos da el trabajo que las compañeras kurdas están haciendo desde la Jineolji (ciencia de la Mujer), se construirá una identidad donde por fin nos reconozcamos. Una identidad desde donde exijamos que no violen nuestros cuerpos, pero tampoco nuestro territorio, tampoco nuestras playas con excavadoras que las penetren de cemento para hoteles. Desde donde exijamos una vida digna para las que aquí vivimos, para que la mayoría dejemos de tener vidas empobrecidas y se nos deje de expoliar para que se enriquezcan unos pocos.

Una identidad emancipadora desde donde levantemos la cabeza para reconocer y mirar de frente al patriarcado COLONIAL con las especificidades que nos oprimen, les pongamos nombre y digamos BASTA.

Las herramientas del Amo

Esta labor, además, se complica no sólo por el legado patriarcal y colonial que la historia ha depositado en nuestra sociedad, sino porque ese mismo legado está presente en la matriz misma desde la que se apoya todo nuestro desarrollo y aprendizajes históricos, psicológicos, sociológicos y filosóficos. Hemos heredado de nuestros propios conquistadores, los modelos de conocimiento y los procedimientos a través de los cuales conocemos el mundo. Esto lo podemos observar, como ya hemos comentado, en el poder que tiene la palabra de la Academia o la Ciencia a la hora de instaurar determinados discursos frente a la sabiduría popular, comunitaria o la generada por los movimientos sociales en sus luchas. Si entendemos que esta visión de análisis del mundo y de conocimiento parte en su gran mayoría de unos parámetros eurocéntricos, occidentales, blancos, racistas, clasistas y patriarcales, no debemos pasar por alto que es preciso desprendernos de dicha matriz para revisarnos y comenzar a recuperar y crear nuestras propias normas, reglas o métodos alternativos de pensamiento.

Más allá de la palabra escrita Ochy Curiel, destacada autora decolonial dominicana, también plantea nuevas fórmulas de crear y generar pensamientos alternativos para acercarnos al conocimiento, ya sea a través del arte, el audiovisual, la comunicación oral, las costumbres, simbología, etc. En la sociedad de la imagen, de los símbolos visuales, hay que elaborar nuevos retratos que acompañen también a la palabra. Por eso mismo requiere de una premura vital en nuestras circunstancias actuales, la necesidad de crear nuestros propios pensamientos autocentrados y comunitarios como herramienta de lucha feminista en nuestras islas, más allá de las ya creadas fuera de nuestro propio territorio. Este cometido requiere de las herramientas propias de las feministas decoloniales y es desde su uso como herramienta donde resultan tan interesantes el activismo y las teorías decoloniales, para poner en práctica un feminismo autocentrado canario.

De obligada referencia, es en este aspecto, el trabajo del escritor, periodista, profesor y activista social, Ngũgĩ wa Thiong’o, recogido en el libro “Descolonizar la mente. La política lingüística de la literatura Africana” (1981-1985). Este autor keniano consideraba la realidad Africana contemporánea como una batalla entre dos fuerzas: la tradición imperialista y la tradición de resistencia. Y desde esa resistencia, plenamente convencido en la importancia de la lengua en la construcción de la identidad territorial, cultural, social e histórica, tras haber empezado su obra en lengua inglesa, pasa a escribir como acto político en gikuyu, creando una obra literaria que nos habla desde las voces silenciadas por la historiografía oficial. Al mismo tiempo que participa en 1976 en la creación y desarrollo del Centro Educativo Cultural y Comunitario de Kamiriithu, un proyecto para promover la lengua materna en la literatura y el teatro en confrontación con la lengua de sus colonizadores.

No es esto una forma de decir que tengamos todas que volver a aprender la lengua ínsulo-amazigh desde las fórmulas que nos plantean quienes estudian nuestro idioma precolonial, sino que entendamos la importancia del hecho de habernos despojado de nuestra lengua en la colonización y cómo eso afecta y afectó al entendimiento de nuestra identidad y la percepción de nuestro territorio y del mundo. De esta manera  entenderemos mejor cómo se han dado estos procesos de conocimientos y de qué forma “descolonizar la mente” canaria, en tanto en cuanto adquiramos mayor conocimiento sobre todos los aspectos de la cultura de nuestras antecesores, incluida la lengua y sus formas de relación.

Como diría Audre Lorde: “No vamos a destruir la casa del amo con las herramientas del amo”. Debe ser un camino para construirnos, para pensarnos, para conocernos y recuperarnos. Es fundamental inventar formas nuevas de comunicación y pensamiento  y en nuestro caso particular también de recuperar con más fuerza y sin complejos aquellas formas ancestrales de las mujeres canarias de conocer el mundo y que aún perviven de manera sigilosa pero arraigada en nuestras costumbres, y nuestras maneras de estar y relacionarnos.

Y para que esa poderosa herramienta decolonial sea real y efectiva necesitamos de todas las manos, de todos los saberes. Necesitamos hacer recuperación y revisión de todo lo que nos han contado, de todo lo que hemos aprendido, del modelo que hemos heredado donde nosotras nunca somos las que nos miramos, sino las que son según la  mirada de otra que está por encima, de otra que siempre es el centro y que nos recluye a los márgenes. De toda nuestra historia colonial sobre la que nos han construido la identidad. Necesitamos de personas que desde el campo audiovisual hagan trabajos documentales, cortometrajes, cine… Gente en el campo de las artes, de la música, de las ciencias, historiadoras, arqueólogas, sociólogas, periodistas, filólogas, etnógrafas, escritoras, amantes de nuestra cultura, autodidactas y apasionadas de cualquier tema que quieran investigar y aportar, personas absolutamente en todos los campos que le den la vuelta a todo, que revisen todo desde esas miradas antiheteropatriarcales, antirracistas, anticoloniales…. Personas también que quieran rescatar esas historias invisibilizadas de nuestras mujeres de abajo, esas historias que jamás nunca a nadie le interesó contar o darle la importancia que merecía. Las historias jamás narradas de nuestras mujeres, de las mujeres que fuimos, de las mujeres que somos, y de las mujeres que queremos ser. 

Hay que recuperar los espejos que nos robaron a través de la revisión, creación y recuperación de nuestra historia y nuestra memoria. Desde la necesidad urgente de encontrarnos y enredarnos para ocupar los espacios que nos robaron como mujeres y como colonizadas. Mantener nuestra lengua viva en nuestros discursos, para sumar fuerzas y para dar por fin voz a una historia que no sólo ha sido silenciada, sino también burlada e infantilizada tanto desde las instituciones y poderes políticos o académicos, como desde nuestras propias y actitudes coloniales. 

Hay que recuperar los espejos colectivos donde mirarnos, reconocernos y enfocar el mundo desde otro marco, desde otro cristal, porque la revolución será Feminista o no será, pero el feminismo será revolucionario, anticolonial, autocentrado y emancipador o no será. 

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