Nicolás Guillén es uno de los primeros poetas de quien tuve un libro completo en las manos y en mi estantería. Se trataba de un libro de obras completas, que aún conservo, y que desgasté y desgasté hasta romper su lomo de puro uso, en aquel verano allá por el 92. Sólo tenía doce añitos y encontré unos versos que me sabía de memoría aún sin haberlos leído nunca escritos. Luego supe de a poco, que habían muchos poemas en las canciones que escuchaba desde niño en casa de mi abuela y en la mía propia, de aquella Nueva Trova Cubana que tuvo la sabiduría de llevar por el mundo en sus canciones los versos de sus poetas nacionales, para hacerlos cercanos de toda persona que se topaba con ellos. Algo similar hicieron Taburiente y Taller en nuestro país, llevando a nuestros oídos sedientos de cultura con acento propio, los poemas que no se leían en nuestras escuelas. El caso es que estos versos:
¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No soy tanto.)
Aún hoy, llegan cada dos por tres a mi cabeza para ser recitados en silencio, cada vez que alguien me echa en cara mi mal humor, mi falta de sonrisa, de amabilidad colonizada por los siglos, reprochando la rareza de mi ensimismamiento. Y es ahí, cuando la poesía es parte indisoluble de tus pensamientos más íntimos, incluso de la contestación de tu sentir a la realidad que lo atormenta, cuando de verdad la poeta, el poeta, consiguió la magia de que la poesía sea parte indisoluble de quién la recoge.
A Nicolás le debo mucho. El reconocerme en sus palabras en una manera de sufrir el colonialismo, hermana y a pesar de las distancias. Pero sobre todo el entendimiento de la importancia de someter al verso, aún hablando de mariposas, a la denuncia social y la transformación de la vida. Fue una de las primeras de muchas poetas que vinieron luego, canarias y de otras tierras sometidas de las que bebí, y de las que aprendí torpemente a rimar metáfora en mano. Gracias a la Nueva Trova Cubana, en este caso a Pablo Milanés, por ponerle música a la poesía, para generar la curiosidad necesaria para emprender la búsqueda, de la persona poeta, que habitaban detrás.
¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)
Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.
¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No soy tanto.)
En cambio, ¡qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!
¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)
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