Mié. Abr 16th, 2025

[Con esta sección que he llamado Vaper Room, quiero aprovechar el espacio que da El Majado para presentar una serie de entradas que tienen en común el panorama actual canario, la cultura popular, la antropología del turismo y los pasitos de baile que damos ante este momento implosivo del capitalismo tardío]

En tan sólo unas cuantas cartas, escritas escuetamente como ficticias postales de vacaciones que una británica enviaba a una supuesta amiga, el escritor británico J. G. Ballard logró resumir los puntos centrales del turismo de masas. Y para ello decidió situar su original cuento en Canarias, como un incipiente espacio cuarteado y alienado para el ocio de europeos que llegaban en aviones fletados. El estilo minimalista de su escritura y el humor absurdo recuerdan al paisano Alonso Quesada, que retrató la tragicomedia de otro tipo de turistas, los coloniales de principios del siglo XX. El nuevo perfil turista del que escribía Ballard en “Días maravillosos” es mucho más anodino, ingenuo, el de una clase media atemorizada por perder sus trabajos y conforme con una nueva oferta cultural que el hotel podía programar sin la necesidad de salir del complejo.

En tan sólo unas cuantas cartas Ballard recala en los dos niveles que tiene el turismo de masas como un proyecto histórico y geopolítico, que más o menos coinciden con distintas dos tipos de patología descritos por el psicoanálisis. Una es la de la narradora, Diane. Cuando ella y su pareja, Richard, quedan atrapados en un complejo en Gran Canaria, sin ningún medio de transporte que ponga fin a las vacaciones, entonces descubre que el destino es el lugar ideal para desarrollar su personalidad, que intuimos estaba limitada por las convenciones sociales patriarcales: “Francamente, yo estoy demasiado ocupada con cien y una actividades para preocuparme: hay una especie de minirenacimiento de las artes. Saunas mixtas, clases de cordon bleu, grupos de encuentro, el teatro, naturalmente, y biología marina”. Para ella el turismo es un goce que no le permite entender los mecanismos que lo han creado y, tal como pasa ahora con las imágenes generadas por IA al estilo de Gibli, toda la cultura local queda reducida a la copia, perversamente dinamitando el esfuerzo por construir su sentido pre-turístico. Por otro lado, para Richard, el turismo es una conspiración ideada por poderes superiores, casi como extraterrestres que han decidido construir un paraíso para la distracción masiva: “Aparentemente están dividiendo toda la isla en una serie de inmensos complejos turísticos autónomos: reservas humanas, los llamó Richard”. La postal que manda Diane fechada el 12 de noviembre de 1985 dice así:

Hoy ha ocurrido un hecho extraordinario: he visto a Richard por primera vez desde que se fue. Yo iba por la playa, practicando mis ejercicios matutinos y allí estaba él, sentado debajo de una sombrilla. Se le veía muy bronceado y saludable, pero mucho más delgado. Con voz tranquila me contó una historia absurda sobre la construcción en todo el territorio de las Canarias, por los gobiernos de Europa occidental en combinación con las autoridades españolas, de una especie de campo permanente de vacaciones para sus desocupados, no solamente los obreros de las fábricas sino la mayoría del personal de dirección. Según Richard están construyendo una playa para los franceses del otro lado de la isla, y otra para los alemanes. Y las Canarias son sólo uno de los muchos lugares alrededor del Mediterráneo y del Caribe. Una vez instalados allí, a los turistas no se les permitirá regresar, por miedo a que inicien revoluciones. Traté de discutir con él, pero se levantó con naturalidad y dijo que iba a formar un grupo de resistencia.

Atrapados en unas vacaciones permanentes, Richard pierde la cabeza; Diane disfruta. La psicosis parece ser el mejor diagnostico para Diane; la paranoia para Richard. Pero entre los dos se conforma mejor el panorama de lo que es el turismo. Aunque Diane no esté distorsionando la realidad, en el fondo, al estar imbuida en la programación del destino es como si viviera disociada y al margen de los acontecimientos mundanos. Y aunque Richard no lleve razón con su idea de la conspiración, no deja de ser cierto que el turismo de masas funciona creando “reservas humanas” altamente organizadas. Esta originalidad epistolaria se lee igual que cuando vemos El día de la bestia (1995), la comedia de acción satánica de Álex de la Iglesia: no importa mucho que el diablo o el fin del mundo apocalíptico sean reales, pues puedes seguir la misma trama sin que la falta de interpretación religiosa te fastidie una línea argumental, que se desarrolla sobre la decrepitud de una Madrid tocada por el consumismo y los grupos fascistas. No hace falta la teología para saber que las Torres KIO son malignas.

En algún momento de las narraciones de Diane parece que ambos personajes pudieran llegar al final de la burbuja turística, quizá por medio de alguna artimaña (Richard roba una lancha con ese propósito), como cuando Truman, en el Show de Truman (1998), logra dar con la puerta que le permite salir del gran plató que han creado para seguir su vida a modo de reality. Pero no creo que Ballard pensara el turismo como la paranoia que se siente en el tipo de pueblo cerrado y vigilado de las urbanizaciones californianas de algunos cuentos de Philip K. Dick. Y aquí fue muy astuto al reflexionar sobre la naturaleza del turismo de masas, que se consolidaría en esos años. Hay algo perversamente complaciente en la psicosis y la paranoia de estas interpretaciones del turismo de masas. La alienación te permite un cinismo distante, mientras que la conspiración satisface un maniqueísmo reduccionista. Con esta tensión insalvable, el turismo ha transformado cualquier atisbo de política local en un modo de gestión supuestamente sin ideología, tan solo resolviendo imprevistos del destino (en el cuento de Ballard, los políticos locales son colaboradores con poderes superiores y casi abstractos).

A esta concepción de la política se le ha llamado generalmente pospolítica, es decir, la idea de que ahora mismo, tras el fin de las ideologías y el fin de la historia ―ante el triunfo absoluto del capitalismo y sin ninguna otra alternativa― la política significa tan solo encargarse de problemas (aislados) de la manera más técnica y racional posible. Y este desapego ideológico quizá tenga mucho que ver con el auge de las teorías de la conspiración a nivel mundial, especialmente tras la pandemia. Algo que explica bastante bien el aumento de los fascismos en el actual contexto local y global.

Podría argüirse que la paranoia y la psicosis, al modo del destino turístico ejemplar, han despolitizado y dejado sin alternativas las posibilidades de cambio popular y de izquierda. Por eso hoy en día la política se reduce a arreglar una tubería, incluso a decir (y da igual que sea un partido de izquierdas el que lo diga) que la ‘institución’ arreglara la tubería, y lo dice antes de que el pueblo salga a la calle a decir que, en esta isla herida de muerte que es Tenerife, no es solo el emisario; no es solo una depuradora; ni una playa que cierra o cinco que cierran, ni solo las urgencias del hospital con las ambulancias acumuladas sin poder salir; ni solo Anaga colapsada, o Masca invadida… Son toda una serie de problemas interconectados que deben ser seguidos y enfrentados por una posición ideológica concreta. Así, tampoco puede ser que la política solo sea que se roboticen las rotondas para evitar atascos, ni solo un mejor equipamiento para incendios o más policía para controlar aglomeraciones.

Quizá ―me gustaría creer― un ejemplo de una re-politización de los problemas estuvo en juego recientemente cuando una manifestación contra la desidia política ante los vertidos al mar, ocupó las calles de un Puerto de la Cruz subyugado a una nueva ola de turistificación, doblando la esquina de Loro Parque al grito de “¡Punta Brava no estás sola!” Una manifestación y un movimiento así, que igual pudo comenzar con la rabia vecinal en reuniones en una peluquería de barrio, es algo imprevisto para un tipo de política que se cree con la única capacidad real de “arreglar” las cosas.

Para leer el cuento de J.G. Ballard: https://yovivoenella.blogspot.com/2009/04/jg-ballard-maravillosos.html

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