[Con esta sección que he llamado Vaper Room, quiero aprovechar el espacio que da El Majado para presentar una serie de entradas que tienen en común el panorama actual canario, la cultura popular, la antropología del turismo y los pasitos de baile que damos ante este momento implosivo del capitalismo tardío] Pablo Estévez
Fernando Clavijo salió en unas declaraciones pidiendo calma, al poco de la protesta que reclamaba un límite al turismo de masas el 16 de febrero, ante un congreso de agentes de viajes (el FVW Travel Talk), ya que el cambio de modelo que pide el pueblo lo está poniendo él en marcha, pero no hay “varitas mágicas” ni soluciones exprés, y quienes así lo crean “no viven en el mundo real”. La frase se me quedó estancada. Clavijo, como no podía ser de otra manera, es realista; un realista ante propuestas posiblemente utópicas. Bueno, esa es una manera de ver las cosas. Sin embargo, este realismo no es la realidad, ni la posibilidad de lo que pueda cambiar u ocurrir, sino el filtro que se aplica como calmante para cualquier intento de cambio; y ese realismo (el “mundo real” de Clavijo) es una forma de representación más.
Hubiera asumido el pragmatismo pospolítico de Clavijo más fácilmente si no fuera porque vengo sacudido por dos eventos que, apenas unos días atrás, ofrecieron dos representaciones alternativas al realismo clavijista. Por un lado, unas amistades me escribieron destripando el show que dio Kendrick Lamar en la Super Bowl de este año. Por el otro, viví en tiempo instantáneo la reacción de amigos y amigas a la final de murgas del carnaval de Santa Cruz de Tenerife. Aunque los dos eventos ocurrían en contextos muy distintos, me fue imposible no pensarlos como si fueran un mismo laberinto con sus intrincadas representaciones de las realidades sociopolíticas inmediatas.
El pique de Kendrick Lamar con el rapero Drake ya había alcanzado un nivel de queme exagerado, y sin duda hubieron perlas que expandieron el beef. Pero esto no es lo importante aquí, al menos no por ahora… La actuación de Lamar fue mucho más que una tiradera a Drake, y el mismo cantante se encargó de dejarlo claro. Desde que apareció en el estadio, subido a un coche oscuro, todo empezó a tener un fondo críptico y alusivo al inconsciente político de Estados Unidos. Lamar montó un escenario al modo en que las murgas vienen tematizando sus actuaciones: mientras bailaba y cantaba, alrededor había una narrativa. Este año en Santa Cruz hubieran puestas en escena a destacar: Trapaseros simulaba que la murga eran muñequitos de feria que podían ser pescados con un gancho, mientras que en la escena de Bambones un grupo de gente casi no dejaba al público ver la murga, en alusión a lo empetada que está Tenerife.
Lamar, como si fuera una murga en sí mismo, representó un juego (a vista de pájaro podías ver los botones de la PlayStation). El juego no era otro que el “juego americano”, que para la poeta y ensayista Tiana Clark es el carácter elusivo del sueño americano, la manera en la cual la desigualdad y el racismo se han “gamificado” 11 , esto es, se han convertido en una normalidad restada en importancia por la cualidad simulada de los videojuegos.
“Aquí dentro me han metido, para que jueguen conmigo”, así comienza el primer tema de la final de murgas de los Trapaseros, cuando se encienden los focos y aparecen disfrazados de toda clase muñequitos-regalo en una máquina de gancho típica de las ferias. (Si asumimos que el juego es el mismo capitalismo, entonces ya de por sí las actuaciones de Lamar y de las murgas se dan en contextos saturados de los que intentan escapar: Apple patrocina el descanso de la Super Bowl y es inevitable no escuchar las letras críticas contra la gentrificación de algunas murgas retumbar en un recinto ferial plagado de publicidad hasta en los micrófonos). Trapaseros cargó fuerte contra un modelo que genera pobreza y que pone a gente a vivir en la calle; un sombrero de agricultor sirvió de síntoma de la escasez de agua, agua cortada en barrios vecinos de la isla pero a salvo para hoteles; y una guagua habló de cómo la gente canaria pierde servicios y recursos. En el fondo, este es el realismo de las murgas, su retrato duro y sin tapujos, siempre gritando al poder, al realismo y sus escusas para no cambiar ni un fisco
el modelo. El resultado de esa inacción es que acabamos, como dice la murga, siendo los “juguetes rotos de esta sociedad”.
Como los Trapaseros, Lamar ‘juega’ entre sus canciones para justamente dejar de ser un juguete roto de una sociedad racista. El Tío Sam sale en su show personificado por el actor Samuel L. Jackson, que le marca lo que le parece del gusto del statu quo, aunque hay momentos en que se desagrada, diciéndole: ¿de verdad sabe jugar a este juego Señor Lamar? (los mandatos de Sam piden acabar la música cuando suena demasiado “gueto”, o pedirle al juego que reste “una vida” al ver demasiados cuerpos negros
juntos). Al escuchar las notas de “Not Like Us”, el Tío Sam rompe del todo su complacencia; entonces Lamar canta: “Cuarenta acres y una mula. Esto es más grande que la música”. Sí, más grande que el beef con Drake, más grande que la música. ¿Qué quiere decir esta frase? Cuarenta acres y una mula fue la promesa rota de reparación por la esclavitud, lo que se le iba a entregar a la población negra en compensación por el secuestro y sometimiento de siglos; la deuda incumplida que sella el destino opresor de Estados Unidos.
Tiana Clark dice que Lamar ya no está haciendo (solamente) un beef al rapero acomodado y simplón de Drake, sino que el diss-track (la canción de pique) va dirigida hacia el núcleo duro de la América blanca de Trump. Salvando ciertas distancias, las murgas de esta final también han cambiado su objetivo general: cambian, en parte, a “los políticos” (o el recurso más general de “los de enfrente” en referencia a la gente de Las Palmas), por un objetivo diseminado e inconsciente, lo que ha producido un beef murguero más profundo: las tiraderas a Rudy Ruyman, el influencer que ha promovido manifestaciones racistas, fueron momentos de la final que también nos recordaban que el racismo y el machismo permea la sociedad (y, por tanto, el mismo carnaval: hace poco, se criticó que el blackface fuera utilizado en las murgas y la temática elegida este año vuelve a los reduccionismos culturales y políticos de “África”). Con todo esto, creo que diversos momentos de la final repararon en una crítica compleja que no eximía a las
murgas de responsabilidades. Las Chaladas desafiaron la centralidad de la visión al introducir su disfraz, en un momento que no se dirigía a los videntes. Bambones dejó el mensaje más feminista y anti homofóbico de la noche, con una promesa de no volver a cantar “maricón” a los de al lado, ni despreciar las murgas femeninas. Irónicos habló de depresión y salud mental como algo más que un problema psicológico: como algo social.
No deja de ser curioso para este mix de eventos escénicos el hecho de que Drake, el oponente de Lamar, reflejara las ansiedades contradictorias de la masculinidad al inicio de la década pasada, una masculinidad marcada por el feminismo al tiempo que saturada por el bombardeo de la pornografía y el imperativo macho, que sigue vivo pese a la interpelación. Según el filosofo Mark Fisher (el gran crítico del ‘realismo capitalista’), Drake reflejaba esta tensión allá por 2013, con su álbum Nothing Was the Same: pese a
la ostensión gánster de su rap, “un fatalismo glacial corre aquí por debajo de todo, y Drake es importante porque conecta –quizá mejor que nadie– con la sensación de desesperanza que calladamente subsiste debajo de todo el perreo” 22 . Es inevitable preguntarse qué tipo de masculinidad puede ofrecernos el hip hop mainstream post-beef tras la performance de Lamar (en la que Drake ha quedado retratado como un hombre incapaz de cuidar a las mujeres a su alrededor), lo mismo que qué tipo de masculinidad
murguera queda tras la promesa de Bambones.
Estos problemas y revisiones mencionados arriba no se basan en un antagonismo fácil. Son el diss-track que las murgas nos mandan; en particular a los hombres cis-hetero, a los seres que simulan la felicidad perpetua y a una sociedad colgando en un hilo del privilegio blanco, como una frontera impuesta en la que se puede recurrir a la vía fácil del racismo. Si tomamos el lenguaje críptico de los temas de Lamar y seguimos sus pasos hasta las poderosas entonaciones colectivas de las murgas, con sus letras más
directas, encontramos un panorama difícil dado por las condiciones del capitalismo de nuestra era, en lo local y en lo global; el laberinto nos hace maniobrar en estos dos niveles. “La revolución va ser televisada, eligieron bien el momento pero al tipo equivocado” rapea Lamar en una posible tirada a Trump. Se puede decir lo mismo de alguien que se apropia también de las posibilidades del cambio en Canarias. El “juego”
de Fernando Clavijo, el realismo conformista que nos dice que nada puede cambiar, está contrapuesto al realismo de las murgas. ¿El final de la actuación de Lamar?: GAME OVER.
- Clark, Tiana (2025) “Kendrick Lamar’s Halftime Show Was Radically Political, if You Knew Where to
Look”. The New York Times. ↩︎ - Ver: Fisher, Mark (2020) “El hombre que lo tiene todo: Nothing Was the Same de Drake”. En: K-punk –
vol. 2. Escritos reunidos e inéditos (música y política). Caja Negra, p. 221. ↩︎