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Roja la boca manchada en sangre.
mordedura tenaz a encía entera,
saliva salpicada entre los dientes
por no decir,
por callar la palabra certera
que acabara con todo.
Tragarse a cachitos pequeños,
bien cortados para no enyugar,
el poco orgullo ya sobrante en el recuerdo,
las gotas de autoestima evaporada
al fuego lento y voraz del fracaso constante.
Coser a puntadas el labio inferior a la nariz,
que no se escape el respiro,
el suspiro exclamado en la esperanza
de mañanas posibles,
que no te repugne el olor al punto
de transgredir el edicto.
Coger con tu mano diestra, firme
determinada a obedecer,
tu mano izquierda proscrita.
Llevarla lenta pero segura,
al borde de la urna escogida
y dejar, gravedad mediante, caer
la opción menos mala,
la derecha amable en forma de voto.