Que una gripe fuerte sea capaz de hundir la economía mundial, no
habla de la gravedad del virus sino de la fragilidad del modelo
financiero neoliberal.
Antes de que se dispararan las alarmas por la epidemia de coronavirus,
existían evidencias sobre la desaceleración de las principales
economías, que ahora parecen confirmarse al punto que la inflexión de la
Reserva Federal de Estados Unidos al bajar las tasas de interés
encendió todas las alarmas.
El Baltic Dry Index es considerado como un termómetro de la salud de
la economía global, porque indica los rumbos en el corto plazo. Se trata
de un índice de los fletes marítimos de carga a granel seca, que se
calcula diariamente. Su importancia radica en que refleja la cantidad de
contratos para el envío de mercancías en las rutas marítimas más
importantes.
Este termómetro marcó a principios de setiembre de 1919 los 2.580
puntos, el más elevado de los últimos 10 años, sólo superado en 2010.
Desde octubre el índice no para de caer, alcanzando niveles más bajos
aún que durante la crisis de 2008. A principios de diciembre estaba en
1.500 puntos, mil menos que tres meses atrás.
Lo más significativo es que siguió cayendo de forma exponencial hasta
los 400 puntos, en febrero de 2020. Cuando la epidemia de coronavirus
aún no ocupaba los titulares de los medios, en los primeros días de
enero, y aún no existía la preocupación de las semanas siguientes,
derrapó hasta los 750 puntos el 8 de enero.
SI EL BALTIC DRY INDEX ESTABA EN CAÍDA LIBRE, DE 2580 A 750, ESTO NO
PYEDE ATRIBUIRSE AL CORONAVIRUS SINO A UNA CRISIS ECONÓMICA INMINENTE,
BRUTAL Y DEPREDADORA. Una crisis cuyas manifestaciones ya eran evidentes
antes de la epidemia.
El FMI publicó sus previsiones en la 50 reunión anual del Foro
Económico de Davos, revisando su pronóstico de crecimiento para 2020 a
la baja. Sus principales conclusiones fueron que la economía mundial se
encuentra en una situación “peligrosamente vulnerable”.
El clima que se respiraba antes de la difusión de la epidemia comparaba
la coyuntura con la crisis de 2008, mientras la OCDE confiaba aún en un
“aterrizaje suave” de la economía estadounidense. Las principales
agencias temían que la combinación de “las tensiones geopolíticas, el
malestar social, las tensiones comerciales y el desarrollo de
turbulencias financieras de las economías”, crearan una situación
insostenible.
Lo que pretendo enfatizar es que la conjunción de guerra comercial, Brexit, deuda pública y privada y desigualdad crecientes, ya estaban causando estragos cuando apareció el coronavirus. Por lo tanto, la epidemia no es la causa de la crisis económica sino su catalizador.
La ONU, por ejemplo, venía advirtiendo de la “profundización de la
polarización política y un creciente escepticismo sobre el
multilateralismo como riesgos significativos a la baja”.
En su informe sobre las perspectivas de la economía mundial para 2020,
el analista Oscar Ugarteche enfatizaba, a fines de diciembre pasado, que
“2019 ha sido uno de los más complicados en mucho tiempo para una serie
de países visto desde varias aristas: crecimiento económico, cohesión
social, integración internacional y crisis política”.
El economista agrega, a la lista de infortunios, “las protestas sociales de diversa índole en al menos dieciséis países alrededor del mundo”, que repercuten en una caída de “la inversión privada tanto en el corto como en el mediano plazo”. La desaceleración de Alemania y el estancamiento de la Unión Europea, se traducen en una disminución de los precios de las materias primas, según Ugarteche.
El punto central, empero, es otro: “Se anticipa para 2020 una mayor desaceleración, tal como esperábamos a inicios del 2019. La Reserva Federal en su última decisión de política monetaria del año ha optado por mantener la tasa de referencia de los bonos federales en el rango de 1.5 – 1.75% aunque el pronóstico es que cuando se intensifique la desaceleración económica, se harán recortes adicionales, llevando a una ronda de recortes en todo el mundo, el próximo año”, escribía a fines de 2019.
Esto explica que la bajada en las tasas de interés no fue en absoluto
“sorpresiva”, como aseguró buena parte de la prensa económica. La Fed
simplemente aprovechó el momento para tomar una decisión que resultaba
inevitable, por el estado de cosas con que finalizó 2019. “Para las
economías avanzadas el pronóstico es gris”, concluye el economista.
Los descalabros de las bolsas a comienzos de marzo y, de modo
particular, la brusca oscilación hacia arriba y hacia abajo que se
observa cada día, son consecuencia de que hemos entrado en un período de
hondas incertidumbres, a las que ahora se suman los países asiáticos,
con China a la cabeza, que este año puede tener la tasa de crecimiento
más baja en décadas.
La conclusión es que la economía global estaba ya ingresando en un
momento de caída con fuerte tendencia a la recesión. ES IMPOETANTE
DESTACAR QUE NO SE TRATA DE UNA CRISIS ECONÓMIA SINOSISTÉMICAFOTOS DE .
Cuando Ugarteche menciona, por ejemplo, la importancia de las protestas
sociales en muchos países de forma simultánea, está poniendo sobre el
tablero una situación que excede con mucho el concepto de crisis
económica.
Quizá por eso, el segundo dato a retener de esta crisis, es el
experimento de ingeniería social a gran escala, colocando en cuarentena a
millones de personas sanas, algo inédito en la historia de la
humanidad.
El epidemiólogo brasileño Pedro Vasconcelos, que trabajó treinta años
en el Instituto Evandro Chagas y hoy preside la Sociedad Brasileña de
Medicina Tropical, señala: “La humanidad usó la cuarentena para
controlar la peste negra en la Edad Media, la fiebre amarilla cuando no
se conocían sus causas y la gripe española a inicios del siglo XX. Y
nada más”.
Esa práctica había caído en desuso y ahora se utiliza no para aislar a
los infectados sino para millones de personas sanas, inicialmente en
China pero con tendencia a multiplicarlo a escala global. Estamos ante
una tema fundamental, ya que en un período de crisis sistémica, las
elites parecen empeñarse en mantener el control a toda costa, como se
deduce de su actitud ante la epidemia de coronavirus.
Raúl Zibechi