Los pies se plantan, firmes, en la arena. Parecen inamovibles. “Ni que hubieran echado raíces”, pienso mientras veo a esos hombres que parecen sostener el cielo con sus espaldas. Imagino cómo serán esas raíces que bajan y se expanden. Que van nutriéndose de la memoria y de la fuerza de miles de luchadores que en ella habitan. Que descienden hasta lo más antiguo y allí, también, hay dos hombres luchando. Recorren los terreros y tienden la mano a los caídos. Y ven a los héroes del pueblo. A los más poderosos. A los más hábiles. A los mejores estrategas.
Las raíces son lo importante. El puntal lo sabe y por eso él también las imagina y las hace crecer. Robustas. Es la mejor manera de aferrarse a la tierra. Para que no te tumben.
Y cuando las raíces ya son vigorosas, como las de un pino viejo, entonces y solo entonces, los músculos se tensan como una ballesta asesina. El Universo se calla. La energía se concentra. Comienza la agarrada. La explosión de la memoria.